miércoles, 15 de agosto de 2012

Vidas paralelas

Germán tiene cuarenta y ocho años.Lleva toda su vida trabajando creando edificios de ladrillos para los demás, hasta que la crisis se cebó con él y se vió metido en una espiral de contradicciones.Tiene tres hijos, todos ellos en edad de jugar en un parque y hacer castillos de arena.Su mujer, se busca la vida limpiando escaleras y planchando ropa ajena.Llega el día en que ya no pueden pagar su sueño y piden ayuda a las administraciones pertinentes, para así, de algún modo, dar cobijo a sus vástagos y no tengan que pasar la fatiga de dormir en la calle.Van de puerta en puerta, de ventana en ventana y siempre le dicen lo mismo:vengan mañana a ver que podemos hacer. Pasan dos meses hasta que lo inevitable pasó:sus intimidades, sus sueños, sus ropajes, fueron a parar sin mimo alguno al contenedor de basura.Buscó nuevamente quién le ayudara, gritó silenciosamente que les dieran un techo, que tenía tres hijos pequeños.La respuesta:no tiene los requisitos suficientes para que les demos viviendas.El vivir en la calle con tres niños, no suma los suficientes puntos para adquirir una vivienda social.Germán, tranquilo y sin hacer más ruído, se marcha de la administración, camina a paso relajado por la calle Mayor, entra en una ferretería y compra cuerda.Cuando sale, mira el cielo y por vez primera en mucho tiempo, se relaja, cierra los ojos y siente como los rayos del sol le acarician la cara.Sabe que su mujer le espera con los niños en el descampado que hay al lado de un banco, con el almuerzo preparado.Vuelve nuevamente a caminar a paso tranquilo y se encamina al parque que tantas veces llevó a sus niños a jugar.Se sienta en un banco y observa con nostálgia los árboles, grandes acirones que dan sombra a aquellos que la buscan en épocas de calor extremo.Recuerda que ahí, en ese parque, le enseñó a su hijo mayor a montar en bici, en como su niña, la pequeña, aprendió a dar sus primeros pasos entre los columpios y  recuerda, con una sonrisa en los lábios, cuando su hijo mediano le trajo como trofeo, una lagartija medio descuartizada.Y recuerda, ya con lágrimas en los ojos, que eran otros tiempos, otra época, en que todo estaba bien, en que el banco era su amigo y el pan no faltaba nunca en las comidas.Se levanta, se acerca a un árbol y con parsimonia, cuelga la cuerda que compró momentos antes en la ferretería y se despide del sol, del parque y de sus recuerdos.



Rosa, Carmen, Dolores y Asunción, son dos hermanas, una prima y una amiga que viven juntas en un piso soleado de la calle Chamberí.Dolores y Rosa, son las hermanas octogenárias y cobran una pensión escuálida, fruto de sus esfuerzos de cuando eran gallardas y trabajaban en los campos andaluces recogiendo aceitunas.Asunción, una prima que al quedarse viuda, se fue a la capital en busca de consuelo y otros quehaceres y las hermanas la acogieron con cariño y mimo.Asunción, limpiaba las casas señoriales para así, aumentar parduscamente su pensión de viudedad y poder contribuír a los gastos de la casa.La crisis le pilló con sesenta y cinco años, sin casas señoriales que limpiar y sin saber leer la letra pequeña.Carmen tiene sesenta y siete años, amiga de toda la vida de Dolores y Rosa.Trabajaba en un taller de costura, hasta que la dueña ya no recibió más encargos e hizo recortes en la plantilla, siendo Carmen, la última en tener que cerrar su costurero por tiempo indefinido.Llevaba trabajando más de veinte años en el taller y nunca cotizó un solo día, viendose ahora, sin poder cobrar más que una triste pensión social para mayores de sesenta años, no sobrepasando los trescientos cincuenta euros mensuales.Las cuatro juntas, intentan sobrevivir al día a día, en la incertidumbre de no saber que comer al día siguiente y sin entender, el porqué les recortan sus pensiones, ya de por sí escasas.No saben lo importante que es en sus vidas la prima de riesgo ni entienden, la locura desatada en el país por salvar bancos en quiebra, el porqué ahora, tienen que pagar más por las medicinas de Dolores, que tanto las necesita para que su cuerpo asimile el paso del tiempo o el porqué de la subida del IVA.No saben que están jugando a la ruleta rusa sin permiso alguno con sus vidas y se ven, un día caluroso, en la calle, rodeadas de coches, de gente desconocida que pasa de largo sin pararse en mirarlas a los ojos, con sus enseres diestramente ordenados en un rincón y Dolores sentada en la única butaca que le dejaron rescatar de entre el desahucio.Así llevan cuatro meses, soportando con valentía el calor, el bochorno de que las vean sin verlas, de que sus bragas y sostenes, estén colgados en una cuerda invisible, para que los ciegos las puedan observar a su antojo.Mientras, los reyes de reyes, chapotean a gusto en las playas mediterráneas y almuerzan fresquitos en algún restaurante de alto cupé.



Pedro entra en un supermercado.Coge una cesta y camina presuroso por los pasillos en busca de lo necesário.Vá metiendo con torpeza dos barras de pan, un litro de leche, un paquete de pañales y dos yogures.Se encamina a la caja con paso nervioso, mirando de soslayo a los que le rodean.La cajera pasa la compra y le dice con voz anodina, el total: quince con treinta, por favor.Pedro, torpemente y ruborizado, le dice a la cajera que no tiene dinero para pagar la compra, que entienda por favor, que en casa tiene un bebé de siete meses llorando sin parar, pues lleva un día sin comer, al igual que su hermano de dos años, Que tan sólo quiere lo que ha puesto encima de la cinta y que nada más que pueda, le paga los quince con treinta de la compra.Que lleva en paro más de dos años, que su mujer no encuentra más escaleras que fregar y que su familia ya no le puede ayudar más.Que él antes era comerciante y su mujer trabajaba en una empresa de informática, pero con la crisis, se vieron en la calle y sin casa, teniendo que vender todo lo posible para poder subsistir, hasta que el paro de ambos se agotó, las ayudas se agotaron y ya no le daban más que facturas por pagar.Detrás de él, la cola se iba formando con otros compradores y todos ellos, pendientes de la conversación que Pedro mantenía con la cajera.Entienda señorita, que no puedo escuchar más el llanto de mis niños por el hambre acaecida, que mi mujer está de los nervios, de ver como sus niños le suplican un mendrugo de pan.La cajera, inmutable, le dice que ese no era su problema y que tiene que pagar la compra o llama a la policía, que no eran una ONG y si no, que no hubiese tenido niños.Pedro insiste, apela a la humanidad, si la hubiera de la cajera.Los demás compradores se impacientan;quieren pagar y salir del supermercado, para no ver la verguenza de la pobreza.A los pocos minutos y sin saber como, llegan dos policías, locales, y la cajera les cuenta con gesto altanero, que ese señor se quiere llevar la compra sin pagar, que ella no tiene la culpa de sus problemas ni de los llantos de sus niños hambrientos.Pedro, una vez más, se rebaja con rubor e intenta explicarles a los policías el porqué de su atrevimiento.Los policías se miran, preguntan a cuanto asciende el total de la compra.La cajera se lo dice:quince con treinta.Uno de ellos saca la cartera y paga la compra, para estupor de la cajera y alivio de Pedro.


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